Comentario
En torno a la figura de al-Mutasim (1052-1091), rey-poeta, la taifa de Almería reúne un importante grupo de poetas y literatos, algunos de ellos procedentes de la vecina taifa de Granada, que, regida por beréberes y gobernada por judíos, rechazaba más que atraía a los hombres de letras árabes. Ibn al-Haddad (m. 1133), natural de Guadix, fue un buen poeta, un buen prosista y un sabio; panegirista de corte, su poesía áulica es inferior a su poesía amorosa. Célebres son los versos dedicados a una joven cristiana a la que conoció durante un viaje de peregrinación y de la que se enamoró sin correspondencia. El granadino al-Sumaysir, anti-beréber furibundo, se hizo famoso por sus sátiras contra los ziríes de Granada. En el terreno de la prosa destacan el cordobés itinerante Ahmad ibn Burd al-Asgar (m. 1054), que antes de llegar a Almería había estado en Denia, y Umar ibn al-Sahid, conocidos ambos por sus epístolas y maqamas, ejercicios retóricos en prosa rimada sobre temas diversos.Los soberanos aftasíes de Badajoz destacan por su erudición. En la corte de al-Muzaffar (1045-1067), autor él mismo de una voluminosa enciclopedia hoy perdida llamada al-Muzaffari, prosperan poetas como Ibn Sara, de Santarém, de inspiración modernista. Con al-Mutawakkil (1067-1095), monarca culto y con buenas dotes para la poesía, encontramos a Ibn Abdun, de Evora (m. 1134), de sólidos conocimientos literarios pero de cuya obra escrita casi nada ha llegado a nosotros, salvo una casida de 75 versos que compuso con motivo de la caída de los aftasíes a manos de los almorávides (1095). Este poema, elegía a modo de los ubi sunt, aunque posee valores literarios y ha sido objeto de comentarios posteriores, resulta farragoso y frío. La vinculación de Ibn Abdun a la dinastía aftasí no le impidió pasarse a continuación a la corte de los vencedores.Las taifas eslavas también jugaron un papel importante en el panorama cultural de al-Andalus, siendo posiblemente Denia, con su soberano Muchahid a la cabeza (1010-1045), la más renombrada. Este monarca, liberto de origen cristiano de Almanzor, fue hombre de gran cultura y profundos conocimientos. Además de su protección a los estudios coránicos, su interés por la lengua le llevó a componer un tratado de prosodia, hoy perdido, y abordar la composición de un diccionario cuya terminación, al no poder culminarla por sus tareas de gobierno y su participación en las expediciones militares, encargó al "hombre de letras y hombre de armas", el ya mencionado Ahmad ibn Burd al-Asgar. Este compuso para él una Epístola de la espada y el cálamo, en prosa rimada, que pertenece al género de la mufajara, similar a las disputas de la literatura medieval. Siguiendo con las epístolas, es también famosa la de Ibn García, autor de origen cristiano e hispánico, como su nombre indica y él mismo confiesa. En dicha epístola Ibn García defiende la superioridad de los musulmanes no árabes frente a los árabes, alineándose en la reacción cultural nacionalista de aquéllos frente a éstos, conocida como suubiyya.De una u otra forma, todas las taifas cultivan y protegen las bellas letras, y aunque cada una tenga su especialidad, y algunas se orienten más hacia las ciencias, en todas habrá sitio para la poesía. Excepción constituye Granada. Esta taifa, regida por beréberes llegados a última hora, sin tiempo para aprender las sutilezas de la lengua árabe y gobernada por la familia judía de los Ben Nagrella, no sólo no atrae a los poetas itinerantes, sino que extraña a los propios, como el ya aludido al-Sumaysir, que tuvo que buscar refugio en Almería. En Granada los únicos versos posibles son los del inconformismo, los de la rebeldía, los de la oposición, los que surgen al margen de la corte y de los círculos oficiales. Son los versos del alfaquí Abu Ishaq de Elvira (m. 1067), autor de un largo poema político, de un antisemitismo exacerbado, cargado de odio, que sin duda alguna contribuyó a provocar el célebre pogrom granadino de 1066, en el que fueron asesinados el ministro Samuel ibn Nagrella y centenares de judíos. Caso aparte lo constituye el poeta Munfatil, que, convertido en secreto al judaísmo, ante el escándalo general no duda en cantar las glorias del ministro Samuel ibn Nagrella. Muy distinto podría haber llegado a ser el panorama literario de esta taifa de no haber sucumbido ante el poder almorávide. Con el correr del siglo, sus soberanos beréberes se habían ido arabizando, y el último de ellos, Abd Allah (1073-1090), llegó a poseer una brillante cultura árabe que le permitió componer, una vez en el exilio, sus memorias, interesante autobiografía que se convierte en documento de primera mano sobre los reinos de taifas.Los avatares políticos de los reinos de taifas y su rápida desaparición al final del siglo XI a manos de los almorávides, teóricamente llegados para prestarles auxilio frente a los cristianos, inician un nuevo período histórico en al-Andalus. La tradición poética, sin embargo, no desaparece con la misma rapidez. Son muchos los poetas y secretarios de las distintas taifas que se pasan a las nuevas cancillerías; otros prefieren refugiarse en su retiro provinciano; algunos, en fin, se extrapolan de la Península buscando en otras cortes lo que aquí ya no se encontraba: ambiente propicio para la poesía. Entre todos destacan dos grandes figuras: Ibn Bachcha, el Avempace de los escolásticos, e Ibn Jafacha, apodado alchannan (el jardinero) por sus descripciones florales.Ibn Bachcha (m. 1139), nacido en Zaragoza hacia 1070, se formó en el clima de comprensión intelectual que caracterizó la época de taifas. Conquistada Zaragoza por los almorávides en 1110, se pasa a su servicio y llega a ocupar el cargo de ministro. Como filósofo es autor, entre otras obras, de El régimen del solitario, basada en la doctrina de Aristóteles, del que Avempace fue destacado comentarista, sobre la felicidad suprema y el fin último del hombre. Como poeta cultivó la moaxaja y podría haber sido el inventor del zéjel.Ibn Jafacha (1058-1139) nació en Alcira en el seno de una familia acomodada y bien asentada en la región. Lejos de ser un poeta de corte, es el cantor por excelencia del paisaje levantino. Sus descripciones de ríos, jardines y flores dieron lugar a una importante escuela de paisajistas, en la que ocupa un lugar preferente su propio sobrino, Ibn al-Zaqqaq.